sábado, 6 de octubre de 2012

3.3. El antihaitianismo como justificación de la dictadura de Trujillo

            Para una mayor comprensión del antihaitianismo en Peña Batlle como parte de su concepto de nación, hay que analizarlo y situarlo en su contexto bien determinado, o sea tener en cuenta las exigencias hechas por la dictadura de Trujillo. 

        Después de acceder al poder, Trujillo necesitaba presentarse como el nuevo liberador de la República Dominicana, con el propósito de mantenerse en el poder y justificar su dictadura. Para esto necesitaba identificar a un enemigo que representaría un obstáculo que impediría a la República Dominicana lograr el ideal del progreso y la libertad que constituían los valores a cultivar. 

        Para lograr este plan Trujillo se valió de las reflexiones de los intelectuales más destacados y fundamentalistas de su época, quienes harían del antihaitianismo una ideología legitimadora de su dictadura. 

        Como consecuencia de esa política ideológica impulsada y difundida, en 1937 el Generalísimo Trujillo ordena la matanza de miles de haitianos, dominico-haitianos, dominicanos de color negro, con el propósito de conservar o de preservar la cultura hispánica de la República Dominica (tema fundamental de Peña Batlle) y de “blanquear” la raza de este país (tema de Joaquín Balaguer). 

      No se puede entender la matanza de 1937 sin situarlo dentro de su contexto. Para ello nos servimos de los argumentos de Pedro San Miguel, que reflexiona de esta manera: “este incidente, a saber la matanza de 1937, ocurrió en los años del ascenso del fascismo en Europa y en la vorágine de la Guerra Civil Española. En fin, eran los años cuando, en nombre de la pureza de la nación –definida desde el poder a partir de una serie de características fijas y excluyentes- se cometían los crímenes más atroces. En la República Dominicana, como en otros países de América, se dejó sentir la influencia del fascismo y de las doctrinas que en Europa propugnaban por la depuración de aquellos elementos considerados ajenos a la “esencia” nacional, y que, de alguna manera, se consideraba que debilitaban a la nación.” 

        Queda claro que la matanza de 1937 entra dentro de un contexto de erradicación de todos los elementos que representaban un obstáculo para la esencia nacional. Y esa era la tendencia nacionalista emergente a nivel internacional, después de la primera guerra mundial y años antes de la segunda. 

         Por otra parte, el mismo autor justifica el autoritarismo de Trujillo con los siguientes términos: “Cuando por tercera vez, volvimos los dominicanos a usar la estadidad en 1924, el país acababa de sufrir una dura prueba. Ya no teníamos derecho a ignorar adonde nos llevaban la incapacidad y el desorden. Sin embargo de esto, incurrimos en un error fundamental: antes de cumplirse el primer año de la restauración reiteramos la convención financiera que en 1907 nos vimos obligados a suscribir para quitarnos de encima los barcos de guerra de varias naciones europeas, acreedoras exigentes e impacientes. Este paso impremeditado nos creó una situación dificilísima cuando, cinco años después, en 1930, en medio de una pavorosa crisis económica universal, nos vimos en caso de comenzar a pagar las nuevas deudas de la imprevisión y la insensatez. Piense usted, Ministro, lo que significaba para este país iniciar el pago de una deuda usuraria, en momentos en que nuestro presupuesto, de un año a otro, se redujo, de unos catorce millones de pesos a apenas siete millones. 

       Piense, en que esa violación transición económica se redujo cuando el país se levanta nuevamente en armas y la montonera, otra vez, sembraba el desconcierto y el escepticismo en el espíritu público. Fue entonces cuando advino el General Trujillo al poder. No quiero extenderme en las consecuencias de este hecho, caro amigo, porque es mi deseo que venga usted mismo al país, a comprobar, con su penetrante sentido de observación, de qué manera se han echado en la República Dominicana las bases de una futura y auténtica democracia.” 

       En otra circunstancia, no obstante, con la misma idea de defender y justificar la dictadura de Trujillo, Peña Batlle consideraba que la cultura dominicana estaba condenada a la autoderrota, por lo tanto era justo y necesario el surgimiento del General Trujillo para ordenar todo y poner el país en pie de marcha. En esa misma perspectiva Peña Batlle calificó de pesimista a todos los escritos de los intelectuales dominicanos que precedieron a la era trujillista. 

      Raymundo Manuel González de Peña en su texto titulado Peña Batlle, historiador nacional, publicado en Clío, plantea que: “En su concepto, hasta la llegada de Trujillo al poder, la cultura dominicana estaba condenada a la autoderrota. Por el contrario, Trujillo había conseguido superar el estado de postración material y de orfandad espiritual en que se había acostumbrado a vivir el país en toda su historia, creando para ello un Estado fuerte que garantizara la perduración del colectivo. En consecuencia, Peña Batlle sentenció que todos los pensadores dominicanos habían sido pesimistas” : “«Todos nuestros escritores políticos, todos los dominicanos que por una razón u otra comentaron el devenir de la formación nacional de nuestro pueblo, incluso los poetas como Salomé Ureña, José Joaquín Pérez y Gastón Deligne, rezumaron en sus escritos el amargor invencible de su pesimismo. Ninguno tuvo fe en los destinos de la República y todos miraban con recelo el desenlace del pavoroso drama político en que se debatía la nacionalidad. Sus buenas intenciones no bastaban a serenarles el ánimo patriótico, y vivían consternados ante el continuo desgaste de energías que imposibilitaba la integración de un verdadero régimen administrativo, capaz, por sí mismo, de soportar el normal desenvolvimiento de un Estado bien organizado y bien constituido»”.

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