sábado, 6 de octubre de 2012

3.2.2. Análisis del discurso pronunciado en Elías Piña titulado “Razón de una política”

        Como hemos señalado, al igual que Manuel de Jesús Troncoso de la Concha, y Máximo Coiscou, Peña Batlle echa las bases fundamentales para promover el nacionalismo dominicano en referencia a Haití. De él afirma Price-Mars: “Ministro o embajador, jurista e historiador, es casi siempre el más fiel intérprete del pensamiento dominicano. Hasta debemos añadir que el hombre político se confunde en él con el pensador. La abundancia y la calidad de sus obras son, al respecto, el más seguro testimonio.” 

          Cuando desempeñaba el cargo de Ministro del Interior, Peña Batlle pronunció un discurso en Elías Piña en el cual destaca vivamente su doctrina empapada de un feroz sentimiento racista contra la masa negra que se dirige hacia la República Dominicana en búsqueda de una mejor condición de vida. Dicho discurso fue publicado el 18 de noviembre de 1942 en “La Nación”, y analizado y criticado por distintos intelectuales interesados en la cuestión dominico-haitiana. 

          Al inicio del discurso, nos dice Price-Mars, “Peña Batlle esbozó con grandes trazos el cuadro de las dificultades que surgieron entre España y Francia, que eran los antiguos propietarios de la Isla por derecho de conquista hasta el tratado de Aranjuez de 1777 y que subsistieron entre Haití y la República Dominicana hasta 1936 firmado por los dos presidentes de aquella época de ambos lados de la Isla: Stenio Vincent y Rafael Leonidas Trujillo.” 

          A los ojos de Peña Batlle el problema no estaba en la simple división territorial, pendiente desde ya hacía siglos, por lo que él trataba de prevenir a sus conciudadanos que “este aspecto del problema no es sino una grosera apariencia.” Nos ilumina Jean Price-Mars que “…la frontera, a su juicio-al juicio de Peña Batlle-está muy lejos de ser una línea geométrica, materialmente delimitada en el suelo. Se halla enteramente contenida en una política «sui generis» que debe en lo que concierne a la República Dominicana y a Haití, defender «el origen de la nacionalidad dominicana contra la contaminación irremediable de elementos extraños a su naturaleza y su constitución.»” 

          El mismo Peña Batlle exclama en los siguientes términos: “No olvidemos, que esta nación española, cristiana y católica formada por nosotros los dominicanos, surgió, pura y homogénea, en la unidad geográfica de la Isla y que así se conservó hasta nuestros días, sin verse contaminada por el injerto, fijado desde el siglo XVII al tronco primitivo y que la contamina con su propia savia y la de agentes fatalmente y profundamente distintos de los que en un principio crecieron en Española. Desde entonces - continúa Peña - el tronco principal resistió a la penetración y nuestro programa de hoy no puede considerarse sino como un esfuerzo renovado en la antigua lucha de la cual nadie puede prever el fin. Nosotros, los dominicanos, atestiguamos en esa lucha el sentido absoluto de una civilización y, desde el punto de vista, escribimos un capítulo muy importante de la historia humana. El problema no es, por tanto, únicamente dominicano; con nosotros queda comprometida la solidez de los vínculos de solidaridad interamericana que descansa sobre la identidad de origen de los pueblos del continente y el sentido homogéneo de su civilización común.” 

           Más adelante del discurso, el tono racista llega a su culmen con los siguientes términos: “El haitiano que nos molesta y nos pone sobre aviso es el que forma la última expresión social de allende la frontera. Ese tipo es francamente indeseable. De raza netamente africana, no puede representar para nosotros, incentivo étnico ninguno. Desposeído en su país de medios permanentes de subsistencia, es allí mismo una carga, no cuenta con poder adquisitivo y por tanto no puede constituir un factor apreciable en nuestra economía. Hombre mal alimentado y peor vestido, es débil, aunque muy prolífico por lo bajo de su nivel de vida. Por esa misma razón el haitiano que se nos adentra vive inficionado de vicios numerosos y capitales y necesariamente tarado por enfermedades y deficiencias fisiológicas endémicas en los bajos fondos de aquella sociedad.” 

            De este fragmento del discurso de Peña Batlle hay distintos elementos a tomar en cuenta. En primer lugar está la composición de la sociedad dominicana: una “nación española, cristiana y católica formada por nosotros los dominicanos, surgió, pura y homogénea.” Más adelante volveremos sobre este aspecto de la tradición hispánica de la nación dominicana. 

         Por ahora concentrémonos en el aspecto de la homogeneidad de la sociedad dominicana y preguntémonos: ¿Sobre qué base fundamenta Peña Batlle sus afirmaciones para justificar el origen homogéneo de la sociedad dominicana? ¿Existe una raza pura? Y si consideramos los acontecimientos históricos después del descubrimiento, ¿podemos hablar de una sociedad dominicana pura proveniente directamente de España? ¿Después de su llegada con quién se mezclaron los españoles dadas las circunstancias de la poca presencia de mujeres españolas en la Isla? 

        Después del segundo viaje de Cristóbal Colón en 1493 y los años siguientes, hubo una progresiva emigración de españoles hacia el Nuevo Mundo hambrientos de oro y con la esperanza de hacerse ricos. ¿Dichos españoles al trasladarse al Nuevo Mundo trajeron consigo sus familias? La respuesta a esa pregunta es sencilla, basta echar una ojeada a los datos que nos proporciona Charlevoix, citado por Price-Mars. Más claro no puede ser el autor: “No había desembarcado aún en la Isla Española sino muy pocas mujeres y una buena parte de los nuevos colonos se habían unido con indígenas, de las cuales las más cotizadas correspondían a los nobles. Pero ninguna era mujer legítima y, entre esos concubinatos, varios tenían sus propias esposas en Castilla. Para poner fin a semejante desorden, Ovando echó de la Isla a todos aquellos que estaban casados y no querían que sus esposas se juntaran con ellos, y obligó a los demás, so pena del mismo castigo, a casarse con concubinas o a librarse de ellas. Casi todos -nos sigue diciendo Charlevoix- tomaron el primer partido, y podemos afirmar que de los españoles que componen dicha colonia más de tres cuartos descienden por las mujeres de los primeros habitantes de la Isla.” 

            Partiendo de esos datos proporcionados por Charlevoix y retomados por Price Mars, podemos afirmar que de ninguna manera se puede hablar de una sociedad dominicana puramente española y mucho menos homogénea. Además, los españoles no se mezclaron únicamente con los indígenas, sino también con los esclavos negros que trajeron de África, entre el siglo XVI y XVII, ya que por el tipo de trabajo forzado e inhumano al que eran sometidos por los encomenderos, la población indígena se fue extinguiendo, y para poder dar seguimiento a la empresa los españoles tuvieron que proceder a la compra de esclavos negros importados directamente de África. 

          Es de suma importancia señalar dos factores que permiten la mezcla entre los blancos y las negras en el Santo Domingo español de entonces. En primer lugar, y a diferencia del Santo Domingo francés, los blancos del Santo Domingo español vivían en casi la misma condición paupérrima que los esclavos. En segundo lugar, el prejuicio social no tuvo gran desarrollo en esa parte de la Isla. 

           Esta mezcla entre los distintos grupos que habitaban la parte española de la Isla, la mezcla entre blancos e indígenas, blancos y negras, mestizos y negros y así sucesivamente, a nuestro juicio tiene una importancia de primer rango, dado que crea una sociedad heterogénea y por ende rica cultural y socialmente. 

        En conclusión, de lo dicho anteriormente se desprende que la afirmación de una sociedad dominicana puramente española es una falacia de Peña Batlle, que al fin y al cabo perjudica a la misma sociedad dominicana, ya que lo único que pretende es que el dominicano pobre, ingenuo y privado de una educación elevada se crea algo que no es y niegue y desprecie lo que en realidad es. Hoy en día, el gran problema existencial de muchos dominicanos es, en nuestra opinión, que buscando diferenciarse de los haitianos, se empeñan en negar, a veces sutilmente, su condición de negros, negando también con ello sus propias raíces culturales. Dentro de ese análisis se entiende perfectamente el porqué Price-Mars trata a la sociedad dominicana como “bovarista”. Además, ninguna nación que ocupe la Isla Hipaniola puede auto-definirse como un grupo homogéneo de español, ni tampoco una agrupación francesa. 

           El segundo aspecto a tomar en cuenta en el discurso de Peña Batlle es la supuesta amenaza que representa el pueblo de Haití para la sociedad dominicana. Antes de cualquier análisis de este aspecto resulta de capital importancia plantearnos las siguientes interrogaciones tomadas de Price-Mars: “¿Cómo comprender en semejantes condiciones que ciertas variedades humanas puedan creerse de una esencia superior a la de otras variedades humanas, a tal punto que las primeras no quieran ponerse en contacto con las últimas por temor a una eventual contaminación? ¿Cómo comprender, en lo que concierne particularmente a tal relación haitiano-dominicana, que el odio pueda cegar a tal punto a los hombres, informados, no obstante, por los ejemplos mas elementales de la Historia y de la biología, que el negro haitiano pueda contaminar al blanco dominicano?” 

        Como intelectual, Peña Batlle comete el gravísimo error de considerar como despreciable e indeseable un grupo humano bien determinado. A su juicio, el haitiano es una grave amenaza a la “integridad” biológica del dominicano y un elemento, como él mismo dice, “francamente indeseable”, “de raza netamente africana y que no representa ningún estímulo étnico para el pueblo dominicano.” ¿No representa ningún estímulo étnico para el pueblo dominicano, pero sí sirve como un elemento clave para el impulso de la economía nacional, transformándolo en una simple máquina en los ingenios azucareros y en los trabajos de construcción? ¿Qué sería de la República Dominicana sin la mano de obra haitiana tan barata en todas las actividades económicas de la vida nacional? 

         Más adelante en el discurso, para sostener su tesis en cuanto al aspecto más bien cultural, Peña Batlle evoca el testimonio de varios autores haitianos que disertan sobre el tema del vodú, y particularmente el del eminente intelectual Jean Price-Mars, para establecer que las masas haitianas no son cristianas. Sobre todo en referencia a la religión, hace que los intelectuales haitianos digan lo que en realidad no tenían en mente. Tal es el caso de Price-Mars que en “Así habló el Tío” afirmaba en otro contexto que el vodú es una indiscutible supervivencia del fetichismo y del animismo, pero Peña Batlle lo descontextualiza y lo aplica según sus intereses. 

         Observemos ese análisis descontextualizado de Peña Batlle sobre el estudio realizado por Price-Mars acerca de vodú: “El doctor Price-Mars, príncipe de los hombres de ciencia haitianos, enseña que el vaudou es una innegable supervivencia del fetichismo y del animismo africano, y que en Haití lo practica la inmensa mayoría de la población rural. Según afirma Price-Mars, "el lúa o el misterio preocupa al pueblo haitiano de una manera inexplicable". Para este notabilísimo escritor, la crisis vaudoística tiene todos los caracteres de una crisis histérica exenta de toda simulación, que debe considerarse como un estado místico caracterizado por el delirio de la posesión teomaníaca y el desdoblamiento de la personalidad. El doctor Price-Mars define la mentalidad constitucional de los servidores del vaudou, como de naturaleza esencialmente hereditaria que se transmite de familia en familia. Su libro "Ainsi parla l’oncle" es una verdadera cantera de enseñanzas sobre la práctica religiosa sui géneris del pueblo haitiano.” 

        Price-Mars consciente de esa confusión y/o mal interpretación de los datos de sus investigaciones plantea lo siguiente para esclarecer sus planteamientos y desmentir los argumentos de Peña Batlle: “El ardor combativo del orador nos ha hecho confundir los estados de creencia, de las cuales hemos tratado, por lo contrario, de demostrar, en todos nuestros estudios el particular, la marcada diferencia. Nos hemos esforzado así mismo por poner en evidencia el hecho de que los mencionados fenómenos religiosos denotan una distinción que descansa sobre observaciones capitales. Semejante confusión no tiene, por otra parte, sino relativa importancia, dado el punto en que se encuentra la discusión en este momento” 

            En este sentido se puede entender a Manuel Núñez cuando afirma que “las opiniones de Peña Batlle sobre Haití las trajo de las investigaciones de los propios haitianos.” Podría ser que sus reflexiones sobre Haití las obtuvo por esa vía. Obviamente, él hace su propia interpretación, o mejor dicho manipula los datos de las investigaciones de los haitianos para fines propios y bien determinados. 

         La salida que nos plantea Peña Batlle al peligro que representa el pueblo haitiano al sano desenvolvimiento del sentido religioso del pueblo dominicano consiste solamente con una organización gubernamental civilizada que, a su vez, requiere la más rigurosa aplicación de las leyes de policía contra las prácticas del vodú: “…la única manera de abolir el ejercicio de cultos tan dañinos al sano desenvolvimiento del sentido religioso de un pueblo es la de una organización gubernamental civilizada que permita la más rigurosa aplicación de las leyes de policía contra las prácticas del rito (…) Hasta hace veinticinco años el pueblo dominicano mantenía inalterada la unidad católica pura de sus sentimientos religiosos. Si nos ponemos a considerar ahora el arraigo creciente que va tomando en nuestros medios bajos de población el ejercido de la monstruosa práctica fetichista del vaudou, caeremos en la cuenta de que si no actuamos con mano dura y ánimo fuerte, llegará el momento en que el mal será irremediable entre nosotros, tal como lo es del otro lado. No hay gobierno en el mundo genuinamente culto y civilizado, que no tome providencias decisivas contra amenaza tan seria, tan vital.” 

            Resumiendo todas estas cuestiones, para repetir a Price-Mars, podemos observar que, toda la doctrina racista que emerge, del discurso pronunciado en Elías Piña y del mismo pensamiento antihaitianista de Peña Batlle podríamos concretarla en cuatros puntos: 
  1. La pureza de origen caucásico de la agrupación española de la República Dominicana. 
  2. Esa comunidad blanca es homogénea. 
  3. Debe ser defendida con medios apropiados contra la contaminación de la raza africana negra de Haití, en nombre de la religión cristiana y de la solidaridad interamericana, ya que los otros pueblos del continente son, como la República Dominicana, de raza blanca y de creencia cristiana. 
  4. Para alcanzar semejante objetivo, conviene elevar fronteras infranqueables contra la infiltración haitiana en la República Dominicana. No una simple línea de separación entre ambos países, determinada por una línea geométrica trazada materialmente en el suelo, sino por un conjunto de medidas legales, de organismos administrativos y de métodos étnicos. Por consiguiente, es preciso establecer una política constructiva de defensa fronteriza como la que fue iniciada por el General Rafael Trujillo y Molina y sobre la cual Peña Batlle habló en los mejores términos. 

     Esa doctrina defendida por Peña Batlle tenía unos objetivos específicos: la defensa y la justificación de la dictadura de Trujillo, haciendo de Haití un verdadero enemigo del que había que desconfiar. Eso lo desarrollaremos en el siguiente apartado.

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