sábado, 6 de octubre de 2012

Introducción

            Disertar sobre el antihaitianismo presente en la sociedad dominicana no es una tarea de poca importancia por un sinnúmero de razones que hacen de este tema una cuestión siempre actual y hasta “morbosa”. En primer lugar, es un tema muy complejo y quisquilloso. En segundo lugar, es un tema muy enraizado en la cultura y en la mentalidad dominicana, por lo tanto hay que tomar mucha precaución al tratar dicho tema.

            Antes de pisar el suelo dominicano siempre he escuchado hablar del sentimiento racista en la sociedad dominicana contra los haitianos. Los medios de comunicación no se cansaban de publicar las repatriaciones injustas e inhumanas hechas por el Gobierno dominicano. Sin embargo, yo no tenía ningún concepto claro y preciso sobre este sentimiento racista presente en la sociedad dominicana. ¿Cómo surge? ¿Quién lo promueve? ¿Con qué interés? Muchas veces me preguntaba: ¿Por qué los dominicanos detestan a los haitianos? ¿Será por el simple hecho de que tenemos la piel más oscura que ellos? ¿En qué medida el factor económico influye en este sentimiento racista? 

             Día y noche le di mente al asunto sin llegar a una conclusión. Al llegar al país el cuatro de agosto de 2001 por vez primera, pude constatar con mis propios ojos todo aquello que era tema principal de mis reflexiones cuando estuve en Haití. A partir de ahí empecé a preocuparme seriamente sobre el tema. Procedía con mucho interés a la lectura de todos los artículos que salían en los diarios del país cuyo tema principal era el antihaitianismo. He participado en conferencias, me he interesado en la lectura de algunos que abordan la temática desde diferentes ópticas buscando descubrir las verdaderas causas de este fenómeno social y cultural. Hasta que finalmente decidí, para optar por el título de Licenciado en Humanidades y Filosofía, concentrar toda mi investigación y reflexiones en el estudio de la o una de las obras de quien fuera uno de los más representativos intelectuales de la Era de Trujillo y quien que hará del antihaitianismo parte de su estrategia en la defensa del nacionalismo dominicano; me refiero a Manuel Arturo Peña Batlle. 


            La investigación, a primera vista, me parecía del todo fácil llevarla a cabo porque no tenía ningún concepto claro sobre este gran historiador nacional, el “más fiel intérprete del pensamiento dominicano” como lo afirma Jean Price Mars. De ahí que en la primera redacción del trabajo he sido extremadamente crítico frente a sus argumentos. Me resultó difícil entender que su antihaitianismo formara parte de su proyecto de nación al igual de su idea de progreso de la República Dominicana. 

             Por eso, después de varios meses de apasionada investigación bajo la dirección de mi asesor, pude descubrir que no podemos entender el antihaitianismo en Peña Batlle encuadrándolo dentro de un marco específico. El asunto no es simplemente calificar a Peña Batlle de antihaitianista y basta. En este caso de nada serviría nuestra investigación, sino descubrir las verdaderas razones que le llevan en esta dirección. El resultado de mi trabajo ha consistido, por tanto, en ver su concepción antihaitianista como parte de su empeño en la construcción de la identidad nacional dominicana. 

            Ahora bien, a lo largo de mi exposición, y partiendo de lo general para llegar a lo particular, trataré de demostrar en qué sentido podemos considerar a Peña Batlle como antihaitiano basándonos en sus propios textos. Ese será el objetivo pretendido en el presente trabajo.

CAPÍTULO I

            El antihaitianismo en la República Dominicana no es un fenómeno aislado ni un hecho que surge gratuitamente. Nace a partir de hechos y acontecimientos históricos concretos. Lil Despradel sostiene que el fenómeno tiene “sus orígenes históricos en las invasiones de Dessalines...” Sin embargo, este sentimiento antihaitianista se fue desarrollando y consolidando durante el gobierno de Boyer en 1822. A partir de estos acontecimientos podemos hablar de una primera etapa del antihaitianismo en la República Dominicana. “Antes de esa época el racismo remanente de la situación colonial existía entre las clases superiores y medias dominicanas, pero éste no se había manifestado claramente en forma de antihaitianismo.” El desarrollo del antihaitianismo a lo largo de este período comprende tres factores fundamentales que hemos de tener en cuenta: el económico, el racial y el cultural. 



 Peña Batlle y la sociedad de su tiempo 

1.1. Etapas del antihaitianismo en la República Dominicana.¿Cómo ubicar a Peña Batlle dentro de esa tradición antihaitianista?        

         Después de la independencia conquistada, el antihaitianismo en la República Dominicana se fue desarrollando poco a poco pero bajo otros aspectos, aunque siempre siguiendo los modelos preexistentes. De aquí que podamos hablar de una segunda etapa del antihaitianismo, caracterizada por factores culturales y raciales. En esa época ya se empieza a definir el pasado español del dominicano. Por otra parte, también era más honorable tener como ante-pasado al indio en contraposición al haitiano, visto como persona inculta, como peón, como desempleado y como antropófago. Esa ideología fue creada por la clase dominante dominicana, extendiéndose más tarde a los campesinos y a los obreros dominicanos. A medida que va pasando el tiempo, esa concepción racista va adquiriendo mayor fuerza, y además dada la extraña realidad del deterioro de la situación socio-política y económica de Haití.

            Finalmente una tercera etapa del antihaitianismo en República Dominicana fue iniciada con la llegada de Trujillo al poder. Ya no se trata de un Estado que representa los intereses de una clase social bien determinada, sino un Estado que utiliza las teorías y los valores de la clase dominante para perpetuarse en el poder. Nos dice Lil Despradel que: “Trujillo adoptó los valores de las clases dominantes, llevando al paroxismo su ideología racial.” Esa ideología racial que se iba construyendo en detrimento de Haití alcanza durante la dictadura de Trujillo su máxima expresión bajo la pluma de los grandes intelectuales, tales como Peña Batlle. “El gran teórico de esta ideología, afirma Lil Despradel, en este período fue un historiador, cuya obra responde al mismo espíritu que la de Américo Lugo, Manuel Arturo Peña Batlle.” 

             Partiendo de esa división nos damos cuenta en qué medida Peña Batlle entra en esa tradición del antihaitianismo en República Dominicana. Ahora bien, para comprender adecuadamente a este destacado pensador dominicano conviene situarlo en el marco de la sociedad de su tiempo.

1.2. Notas biográficas de Peña Batlle

            Oriundo de Santo Domingo de Guzmán, Manuel Arturo Peña Batlle vio la luz del día el 26 de febrero del año 1902 en la villa de San Carlos. Es el primogénito de la unión conyugal entre Buenaventura Peña Cifré, abogado y terrateniente, y de Juana Batlle. Peña Batlle realizó todos sus estudios en su ciudad natal. Recibió la licenciatura en Derecho el día 20 de abril de 1923 en la Universidad de Santo Domingo. Un año antes de recibir su licenciatura Peña Batlle publicaba sus primeros artículos tintados de un marcado carácter nacionalista contra la ocupación norteamericana. Así comenzó a destacarse como una de las principales figuras juveniles del movimiento nacionalista que desde 1920 surgió y se desarrolló en Santo Domingo contra la ocupación militar estadounidense. En 1925 fue encarcelado por haber pronunciado una dura crítica contra la política de Horacio Vásquez que era presidente en aquel entonces. Ante ese encarcelamiento el partido nacionalista protestó vivamente respaldando a Peña Batlle. Más tarde emigró a Europa, concretamente a Francia y a España, y después de una larga estadía allí regresó al país.

             En 1928 realizó su primer viaje hacia Puerto Príncipe, capital de la República de Haití, después de haber sido designado por el presidente Horacio Vásquez para presidir la Comisión de Delimitación de la Frontera Dominicana con Haití, cargo al que renunciará dos años más tarde tras el derrocamiento del gobierno de Vásquez, el 23 de febrero de 1930. En agosto del mismo año Rafael Leonidas Trujillo accedió al poder, recibiendo apoyo de algunos miembros del partido nacionalista y, en particular de Peña Batlle. En 1932 Peña Batlle inició un año de silencio y terminó vinculándose como abogado a las empresas de la familia Vicini, oficio que heredaba de su padre. Un año más tarde Trujillo consolidó su poder auto-proclamándose el Generalísimo, dando origen de esta manera al culto a la personalidad del dictador.

            Peña Batlle se resistía a ser parte del Partido Dominicano. Y por tal motivo fue “considerado como desafecto y se mantiene en el ostracismo.” Después de haber subido al poder, Trujillo pone de nuevo sobre el tapete el tema de la Delimitación de la Frontera con Haití. Y encontró en Peña Batlle la persona ideal a quien pondrá a la cabeza de la Comisión que se ocupará de darle seguimiento. Sin embargo, en 1935 el mismo Trujillo lo destituye y nombra en su lugar a Moisés García, Manuel Gautier y Casimiro Nemesio de Moya. La destitución de Peña Batlle como cabeza de dicha Comisión tuvo que ver en cierta media con su resistencia a ser parte integrante del Partido Dominicano. Durante el mismo año de su destitución, es decir, en 1935, se desató una represión contra todos aquellos que se resistían a inscribirse en el partido, y todos los desafectos fueron expulsados de la nómina del Estado. Para evitar ser víctima de la ira de Trujillo, nos afirma Manuel Núñez, Peña Batlle pronunció un discurso de desagravio a Trujillo, y el 25 de marzo de ese año el cotidiano Listín Diario informó que Peña Batlle se había integrado al Partido Dominicano. A partir de este momento comenzó el maridaje entre Trujillo-Peña Batlle.

            Su unión y defensa de la dictadura de Trujillo le valió ser nominado por el mismo dictador en 1942 como diputado y más tarde Presidente de la Cámara de Diputados. Además de diputado, Peña Batlle desempeñó varios cargos durante la dictadura del Generalísimo, entre los cuales podemos mencionar: Secretario de Interior y Policía (1943), Embajador extraordinario en Haití (1946), Embajador en Puerto Príncipe (1947), etc. El 15 de abril de 1954, (debilitado) devastado por la hipertensión, Peña Batlle fallece con apenas 52 años. Sus funerales fueron celebrados en la Iglesia de San Carlos Borromeo. El mismo Generalísimo Trujillo asistió a estos funerales junto a la instancia mayor de Gobierno que el fenecido defendía. La inhumación se hizo en el Cementerio de la antigua calle Tiradentes, llamada hoy Av. Máximo Gómez.
         
            Peña Batlle no fue únicamente un defensor de la dictadura de Trujillo, ante todo era un eminente intelectual. Nos dejó varios escritos caracterizados por un fuerte y acre sentimiento nacionalista. A través de sus escritos quiso defender la raíz hispánica de la República Dominicana contra toda influencia externa y más particularmente de la influencia del vecino país. De esos escritos podemos mencionar: El Descubrimiento de América y sus Vinculaciones con la Política Internacional de la Época (1931); Enriquillo o el Germen de la Teoría Moderna del Derecho de Gentes (1937); Las Devastaciones de 1605 y 1606 (1938); Historia de la cuestión Fronteriza Dominico-Haitiana (1946); La Rebelión de Bahoruco (1948); La Isla de la Tortuga (1952) y Orígenes del Estado Haitiano (1954), libro que no llegó a terminar, siendo publicado después de su muerte.

1.3. El contexto sociopolítico de la República Dominicana en el cual se desarrolla Peña Batlle

            El contexto histórico, social y político en el cual Peña Batlle se desarrolla estuvo marcado por una serie de factores que nublan el horizonte del país. Dicho con las palabras de Balcácer, esta época estuvo caracterizada por la “inestabilidad política, luego de la desaparición de la dictadura de Lilís, pugnas caudillistas por el poder político y económico; agudización de la crisis financiera, cuyo mayor ingrediente la constituía la deuda externa del país; el particular interés que para los Estados Unidos adquirió la isla de Santo Domingo; la Ocupación Norteamericana; el surgimiento del nacionalismo, (corriente a la que Peña Batlle pertenecía), el advenimiento al poder de Rafael Leonidas Trujillo.”
 
              Esas características de aquel contexto dejaron grandes huellas tanto en persona como en los escritos de Peña Batlle. Por eso, como veremos en capítulos siguientes, a lo largo todos sus textos respiran desazón y ponen de manifiesto su profunda concepción pesimista del pasado dominicano hasta la llegada del Generalísimo Trujillo, con quien a su juicio se abre una época de gloria.

1.4. La influencia de Hostos

            En el plano intelectual, Peña Batlle no podía escaparse de la influencia de la escuela hostosiana, aunque en un momento llegó a adoptar una postura crítica frente al pensamiento legado por Eugenio María de Hostos. A propósito de este hecho, Balcácer nos afirma: “Peña Batlle crece bajo la influencia de los pensadores hostosianos.” Esta ideología que marcó su pensamiento y qué él asimiló durante la primera etapa de su pensamiento le viene sobre todo de Américo Lugo.

            El mismo Peña Batlle reconoce la influencia de Hostos al afirmar lo siguiente: “Con la única excepción de Eugenio Ma. De Hostos, maestro amado de los dominicanos, las cabezas señeras del continente no han mirado la encrucijada en que nos debatimos los hijos de esa tierra”

            Sin embargo, años después Peña Batlle se divorcia de la herencia legada por el insigne puertorriqueño. Raymundo González observa ese hecho y apunta: “…cinco años más tarde, en el prólogo que escribió para el libro del sacerdote jesuita Antonio Valle Llano, le acusó de liberal, de anti-católico, positivista y de haber estado imbuido de espíritu anti-hispánico; y aún le colgó el sambenito de habernos preferido haitianos.”

            En otro ensayo, Raymundo González afirma que Peña Batlle necesitaba erradicar de su pensamiento todos los rasgos hostosianos -precisamente porque dicho pensamiento era el predominante en aquella época y el mismo Peña Batlle estaba influenciado por él-, ya que ellos iban en contraposición al fundamento ideológico del régimen trujillista.

1.5. Balance

            A menudo se afirma que el ser humano es el producto del medio en que se desarrolla. Peña Batlle no resulta una excepción. Pues de una u otra manera, en un primer momento de su pensamiento son evidenciables las huellas del mundo ideológico en que se desenvolvía y el que tomó cuerpo su doctrina; y eso vale sobre todo en lo que se refiere tanto a la inestabilidad socio-político de la República Dominicana de aquella época como al pensamiento hostosiano, que tanto influjo ejerció en su visión ideológica y en sus escritos.

            Sin embargo, como hemos visto, en un momento determinado, Peña Batlle se divorcia de la línea de pensamiento hostosiano para seguir una línea más bien tradicionalista y conservadora.

CAPÍTULO II


EL NACIONALISMO DOMINICANO 

2.1. Antes de Trujillo: finales del siglo XIX hasta principios del siglo XX 

            El nacionalismo dominicano de las últimas décadas del siglo XIX hasta los inicios del siglo XX se caracteriza por una “preocupación obsesiva con las posibilidades del progreso material.” Esa misma idea de progreso como parte de la construcción del nacionalismo era una moneda corriente al nivel regional. 

           Raymundo González, Michiel Baud, Pedro L. San Miguel y Roberto Cassá, en un texto titulado Política, identidad y pensamiento social en la República Dominicana afirman: “En las décadas finales del siglo XIX había ido madurando, al igual que en el conjunto de América Latina, una “ideología del progreso”, que no hallaba medios de realización.” 

            Ahora bien, ¿en qué consiste esa ideología del progreso? La respuesta a esa pregunta nos resultaría fácil si nos fijamos en las palabras de los autores citados anteriormente: “En esta idea ,-la idea de progreso como proyecto de construcción nacional- se resumían, para la época, las aspiraciones a una sociedad moderna, por cuanto tendían a asumir como referentes la civilización material capitalista y el espíritu científico del occidente europeo; y libre porque se proponían fundar una sociedad republicana, sin privilegios estamentarios, basada en la igualdad ante la ley, sin más diferencias que las derivadas del talento y las aptitudes de sus individuos.” 

            En resumen digamos que, para los intelectuales de aquella época que va desde las últimas décadas del siglo XIX hasta principios del siglo XX, el proceso de construcción nacional-estatal estaba estrechamente ligado con la ideología del progreso material, viéndose este progreso como un valor. Por lo tanto, como nos afirman el conjunto de autores ya mencionados, “este progreso se llegó a considerar como una obligación indispensable para sacar el pueblo dominicano del letargo.” 

         “De ninguna manera se debe proceder al rechazo del progreso, en el caso contrario sería cometer un acto inmoral o criminal,” ya que el mismo progreso entra en el proyecto de la construcción de la identidad nacional. 

          Otro aspecto de suma importancia, a tener en cuenta en el momento de analizar el nacionalismo dominicano que surgía en las últimas décadas del siglo XIX y principios del siglo XX, es la presencia de la vecina nación. Aunque para los intelectuales de esta época Haití representaba una amenaza, sin embargo, ellos no concebían la construcción del nacionalismo dominicano en relación con Haití. El discurso sobre la formación del nacionalismo dominicano no se reducía de manera unilateral con referencia a Haití. En Pedro Francisco Bonó, por ejemplo, la propuesta de la afirmación nacional está en estrecha relación con un proyecto económico. 

            Con respeto a eso, Pedro San Miguel escribe: “Los escritos de Bonó giran, en gran medida, en torno a cuestiones económicas. Sin embargo, en él, el proyecto económico aparece subordinado a una propuesta de afirmación nacional.”

2.2. Después de Trujillo

            Ahora bien, a partir de la dictadura de Trujillo, el discurso sobre la construcción del nacionalismo dominicano comienza a dar un giro sistemático, aunque se sigue manteniendo de una u otra manera el modelo preexistente. Además de la idea del progreso como elemento clave para propulsar el nacionalismo dominicano, “la cuestión racial y las relaciones con Haití se convertían en ejes de un discurso nacionalista.” Afirma Pedro San Miguel: “Durante la dictadura de Rafael L. Trujillo (1930-1961) se exacerbó el sentimiento antihaitiano en la República Dominicana. La cuestión racial y las relaciones con Haití se convertirían en ejes –como contrafiguras- de un discurso nacionalista que se expresó de varias maneras. A nivel de las relaciones entre los dos Estados, se intentó resolver de forma definitiva la cuestión fronteriza. En el plano intelectual, se desarrolló una intensa actividad con la intención de reforzar el antihaitianismo. Manuel Arturo Peña Batlle (1902-1954) y Joaquín Balaguer (1906- ), dos de las figuras públicas e intelectuales más relevantes durante la dictadura trujillista, se destacaron en tal sentido. En las obras de ambos autores, el problema racial y el antihaitianismo ocupan un lugar central. Para ellos, la nacionalidad dominicana se define básicamente en contraposición a Haití.”

2.3. El concepto de nación en Peña Batlle

"…la desnacionalización, la importación
de los problemas sanitarios de Haití
constituyen una amenaza a todo nuestro 
sistema social, a la seguridad pública 
y compromete la autodeterminación territorial 
y jurídica de los dominicanos."
(NÚÑEZ, Manuel) 

            Para tener claro el concepto de nación en Peña Batlle debemos concentrarnos de manera especial en dos de sus textos: El tratado de Basilea y La Isla de la Tortuga, teniendo como material de apoyo la obra “Peña Batlle y el concepto de nación dominicana” de Raymundo González. 

            A lo largo de estos dos textos, El tratado de Basilea y La Isla de la Tortuga, y de manera particular en el capítulo II de la primera obra, podemos notar que Peña Batlle se empeña en elaborar todo el edificio de la formación de la nación dominicana. No obstante, si observamos con detenimiento, podríamos darnos cuenta de que el edificio de la formación de la nación dominicana, Peña Batlle lo construye en referencia a Haití. 

              Por consiguiente, podemos afirmar que el concepto de nación en Peña Batlle aparece como lo opuesto al “otro”, a este “otro” (Haití) que no se puede tomar como modelo porque parece dañino para la noble tradición hispánica de la República Dominicana. Por eso, hay que establecer las diferencias entre el pueblo haitiano y el pueblo dominicano. Y dichas diferencias las cristaliza Peña Batlle a partir de un discurso racial y cultural. De ahí que nuestro autor entienda que para crear una nación hay que establecer los límites de las fronteras. “…La delimitación de la frontera dominico-haitiana, afirma Lil Despradel, fue una tarea de necesidad imperiosa. Había que marcar claramente dónde comenzaba lo dominicano.” 

          A propósito de eso él mismo Peña Batlle afirma: “La historia de nuestro país está estrechamente ligada a sus problemas fronterizos. Para los dominicanos, la frontera, considerada no como expresión geográfica, sino como un estado social, es elemento integrante de nuestra nacionalidad y envuelve en sí problemas substanciales de los cuales depende en enorme proporción el porvenir de la República.” 

            Esa misma idea queda plasmada en la Isla de la Tortuga, como se colige del siguiente texto: “Considero muy útil, en consecuencia, profundizar el estudio del asunto (en referencia al problema fronterizo) para que nos sea posible afrontar estos problemas con cuidado y conciencia, libres de prejuicios, pero debidamente informados sobre el proceso de evolución de los hechos que han determinado en el curso de nuestra historia las situaciones especiales por la que ha atravesado la cuestión fronteriza, para poder estimar con conocimiento de causa requerida, las necesidades que puedan derivarse de tales situaciones.” 

            El análisis y la comprensión del nacionalismo en Peña Batlle nos resultaría imposible sin una mirada previa a la situación histórica en que se encontraba la República Dominicana de su época. Desde sus inicios mismos, Peña Batlle se inclina, en su búsqueda de la identidad nacional, hacia un fundamento conservador. Muchas son las bases de este fundamento conservador, sin embargo una de ellas, y tal vez la más sobre saliente, es el “antihaitianismo”.

2.4. El panorama internacional

            Otro elemento de suma importancia a tener en cuenta en el momento de proceder a análisis crítico del concepto de nación en Peña Batlle, es el panorama internacional. No se puede entender este nacionalismo sólo a partir de los problemas internos de la República Dominicana ni tampoco desde el sentimiento antihaitianista. Para lograr una comprensión más objetiva del proyecto nacionalista del país hemos de situarnos, por tanto, en el marco internacional propio de aquella época. En este sentido Raymundo González nos afirma lo siguiente: “…en el plano internacional, la derrota de la República española por el ejército franquista, y la reimplantación de la dictadura “nacional” con base en la ideología del falangismo; el auge obtenido por el nazismo y el fascismo en Alemania e Italia, respectivamente; todo ello parecía ir devolviendo el espíritu corporativo y de cohesión nacional que el liberalismo individualista había fracturado en el orden burgués. “Desde ese punto de vista, el sentido del sacrificio en aras de un bien colectivo como era el estado, que serviría de instrumento para el engrandecimiento o la reconstrucción nacional aparecía, en medio de la crisis mundial que se prolongaba desde el año 1929, como la vía más expedita para lograr lo que el liberalismo no pudo conseguir en sus ensayos dominicanos: una nación moderna.” 

            Más adelante Raymundo González añade: “La descomposición que reflejaba la posguerra de los años veinte y el estallido de la crisis económica mundial no eran precisamente el panorama auspicioso que prometiera la “era científica” anunciada por los positivistas. Los movimientos fascistas nacionales, aunque conservadores, se presentaban como los verdaderos portadores de la grandeza nacional y aún de la modernización requerida por las circunstancias. No hay que olvidar que esos regímenes llevaron adelante la modernización industrial dentro de un sistema que comprendía una legislación laboral “avanzada” respecto de las sustentadas por las economías ortodoxas liberales.”

2.5. Balance

        En las últimas décadas del siglo XIX y a principio del siglo XX, la construcción del nacionalismo dominicano se caracterizó por una fuerte preocupación por el progreso económico; y aunque para los intelectuales de aquella época Haití representaba una amenaza, ellos no concibieron la formación del nacionalismo dominicano en referencia a Haití. 

            Por lo tanto, tras haber analizado este aspecto del nacionalismo dominicano en esa época, no logré ubicar a Peña Batlle dentro de esta tradición nacionalista centrada en la problemática del progreso, sino que pude descubrir que será sólo a partir de su época cuando el nacionalismo dominicano comience a dar un fuerte giro. Es con Peña Batlle que la identidad nacional dominicana empieza a ser fuertemente construida en contraposición a Haití. O más bien, como lo afirma Pedro San Miguel en su texto titulado Discurso racial e identidad nacional: “…a partir de ese momento, el centro de gravedad del pueblo dominicano sería la defensa de su personalidad jurídica, territorial, social (i.e. racial) y cultural frente a Haití. Tanto en el plano intelectual como en el político, para Peña Batlle las figuras cimeras del país serán aquellas empeñadas en validar la “personalidad” dominicana ante el “peligro” haitiano.” 

          En este contexto se puede ver el antihaitianismo en Peña Batlle como parte de su proyecto de construcción de la identidad nacional dominicana. Y toda esa reflexión es preciso enmarcarla además dentro del contexto internacional nacionalista vigente en aquella época.

CAPÍTULO III

 EL ANTI-HAITIANISMO COMO PARTE DE SU PROYECTO DE NACIÓN 
"…el hombre político se confunde en él con el pensador."

             Acusar a alguien de algún delito puede resultarnos fácil, sobre todo cuando dicha persona parece ser la culpable de lo que se le acusa. Pero una cosa es acusar y otra es contextualizar a la persona a quién señalamos. Con eso queremos afirmar que el asunto no es únicamente acusar a Peña Batlle de antihaitiano, de racista y xenófobo, sino entender su antihaitianismo como parte de sus esfuerzos en vistas a la construcción y el impulso del nacionalismo dominicano. 

            Como ya hemos analizado en el capítulo anterior, a nivel internacional el nacionalismo era una modalidad. Alemania, Italia, son ejemplos claros de ello. Vale la pena recordar también que todo su trabajo intelectual no lo hizo Peña Batlle con un interés personal, sino también como parte del interés y las exigencias hechas por el régimen despótico trujillista, a cuyo servicio estaba. 

            Hasta ahora hemos visto que el antihaitianismo en Peña Batlle no es algo casual y aislado, sino que entra dentro de un contexto determinado, el cual consiste en el impulso del nacionalismo dominicano. Ahora bien, preguntémonos: ¿qué es eso de antihaitianismo? ¿A qué nos referimos cuando hablamos de antihaitianismo? ¿Y cómo se manifiesta de manera concretamente en nuestro autor?

3.1. Hacia una definición del concepto “antihaitianismo”

            Si nos disponemos a realizar un estudio sobre la definición propiamente dicha del término “antihaitianismo”, nos daríamos cuenta de que todas nuestras investigaciones terminarían con una conclusión similar, a saber: “todo antihaitianismo es un prejuicio racial” que toma cuerpo en la historia, en una coyuntura y en un contexto determinado. 

           Ahora bien, ¿qué es un prejuicio? ¿todo prejuicio, añadiéndole el término racial, es un racismo? ¿Qué implica ser racista? Para contestar a esas preguntas es fundamentalmente importante definir los términos siguientes: “prejuicio”, “prejuicio racial” y “racismo”. 

              El término “prejuicio” está compuesto por un prefijo “pre”, que significa “antes de, o previo a”, y “juicio” que significa ideas o concepciones. Lo que implica a decir que todo prejuicio es tener unas ideas previas a… o preconcebidas, sin una experiencias previas. Al añadir el término “racial”; “prejuicio racial” se define, partiendo de un estudio realizado por el Servicio Jesuita a Refugiados y Migrantes (SJRM), como: “un prejuicio previo a la experiencia acerca de una persona, de la que se recela por pertenecer a un grupo determinado sobre el cual se poseen determinadas creencias o estereotipos.” 

           Por otra parte, el término racismo, según Walter Cordero, implica: “...siempre un rechazo abierto o encubierto a gente tenida a menos, supuestamente tan sólo por razones biológicas. Se procura impedir la igualdad de oportunidad a los grupos étnicos subordinados, sean éstos la mayoría o la minoría numérica de la población.” 

            Volviendo a nuestras preguntas, podemos afirmar partiendo de las definiciones planteadas, que todo prejuicio racial es en cierta medida un racismo. En consecuencia, ser antihaitianista es ser racista porque implica un rechazo de todo lo haitiano, ya que simboliza “la barbarie porque es una sociedad netamente africana y por ende atrasada.” 

            En este contexto, y partiendo de esa definición del antihaitianismo, ¿podemos acusar a Peña Batlle de antihaitianista? O más bien ¿en qué sentido podemos considerarlo como antihaitiano? O bien ¿Peña Batlle tenía ciertos prejuicios sobre un grupo social bien determinado dentro de la sociedad haitiana, o sobre todo el pueblo haitiano? 

           No podemos afirmar, pero tampoco desmentir, que Peña Batlle no tuviera prejuicios sobre toda la sociedad haitiana, o que tuviera prejuicios sobre un grupo bien determinado de la sociedad haitiana. En este caso, los campesinos haitianos que cruzan la frontera en búsqueda de una mejor condición de vida aquí en República Dominicana. 

         Si nos fijamos en su discurso pronunciado en Elías Piña, que analizaremos en apartados siguientes, se ve claramente que Peña Batlle tenía prejuicios sobre un grupo bien determinado de la sociedad haitiana, en este caso los campesinos que cruzan la frontera. En cambio, veía con benevolencia la otra capa de la sociedad haitiana, en este caso la élite haitiana. 

        El mismo Peña Batlle afirma: “No hay sentimiento de humanidad, ni razón política, ni conveniencia circunstancial alguna que puedan obligarnos a mirar con indiferencia el cuadro de la penetración haitiana. El tipo-transporte de esa penetración no es ni puede ser el haitiano de selección, el que forma la élite social, intelectual y económica del pueblo vecino. Ese tipo no nos preocupa, porque no nos crea dificultades; ese no emigra. El haitiano que nos molesta y nos pone sobreaviso es el que forma la última expresión social de allende la frontera.” 

            Esa distinción hecha por Peña Batlle nos lleva a plantear, repitiendo a Lil Despradel, que “las élites dominicanas se acercaban a los grupos de las élites haitianas. Por su posición en la estructura social, aquellos no discriminan a éstos.” Además, repitiendo a Fanon en su texto titulado Peau noire, masques blancs, Lil nos afirma que para las élites dominicanas, “las élites haitianas negras o mulatas son hijos de la cultura francesa.” 

         Ahora bien, echando una ojeada a su libro titulado Orígenes del Estado Haitiano, parece evidente que Peña Batlle no solamente tenía prejuicios sobre un grupo bien determinado dentro de la sociedad haitiana, o sea el grupo que representa “la última expresión social de allende la frontera”, sino también sobre todo el pueblo haitiano desde el período colonial hasta la independencia.

3.2. La manifestación del antihaitianismo en Peña Batlle a través de sus escritos

          Muchos son los escritos de Peña Batlle en los cuales aparecen sus sentimientos antihaitianistas. Sin embargo, para realizar un estudio bien elaborado nos apoyaremos en los textos siguientes: Orígenes del Estado Haitiano y el discurso pronunciado en Elías Piñas titulado Razón de una política. Para lograr nuestros objetivos nos serviremos de los textos: “Así habló el tío” y “La República Dominicana y la República de Haití” del intelectual haitiano, el Jean Price-Mars.

3.2.1. La visión de Peña Batlle sobre el pueblo haitiano que se descubre en el “Orígenes del Estado Haitiano”

           La visión sobre el pueblo haitiano que sobresale en su texto titulado Orígenes del Estado Haitiano resulta ser una visión totalmente negativa y pesimista. Tanto al inicio como al final de esa obra incompleta, Peña Batlle subestima todo el esfuerzo realizado por los esclavos en unión con los libertos para disfrutar de la plena libertad. En ciertos momentos en la obra, llega a afirmar que no existía ningún sentimiento de voluntad política en los distintos movimientos de los negros para salir del sistema esclavista y disfrutar de una independencia plena. A este tenor afirma Peña Batlle: “Con esto hemos querido decir que los esclavos insurrectos en 1791 estuvieron muy lejos, cuando dieron su espantoso grito del 22 de agosto, de ideales ni preocupaciones nacionales. No se movían impulsados por ningún sentimiento político ni mucho menos pensaron en la integración de una forma nacional específica.” 

          Puede ser que el levantamiento de los negros datado el 22 de agosto de 1791 no respondiera concretamente a una voluntad política bien determinada, pero no podemos negar que fuera un primer paso que culminará el primero de enero de 1804 con la proclamación de la Independencia Nacional en Gonaïves. Dicho levantamiento no es un acto aislado, al contrario, hay que saber situarlo en su contexto histórico. 

         Los esclavos, como bien lo señala Peña Batlle, venían de distintas tribus de África, con diferentes dialectos y religiones, por lo tanto para salir del infernal sistema esclavista tuvieron que congregarse formando un solo cuerpo, bajo la protección de una divinidad para luchar por una misma causa: “Libertad o muerte”. De ahí que antes de lanzarse a la calle a partir del 22 de agosto de 1791, los esclavos negros, bajo la dirección de Boukman, se reunieron el 14 del mismo mes y organizaron una ceremonia llamada en la historia haitiana: Cérémonie du Bois Caïman. 

            Desde el punto de vista religioso, el acto del 14 de agosto de 1791 tiene una gran importancia, sobre todo cuando se enmarca en su contexto. Los esclavos negros no se sentían protegidos por el dios de los blancos, al contrario, a su juicio, este dios de los blancos era aquel que ordenaba todos los crímenes y atrocidades que se cometían contra ellos. Por lo tanto, los esclavos se sentían protegidos por sus divinidades, a quienes llamaban “Oguferai”, “Erzuli”, “Papá Huedo”. Y he aquí las palabras sacramentales salidas de la boca de Boukman al inicio de la ceremonia: “El buen Dios que hace el sol y que nos une alumbra de lo alto, que encrespa el amor, que hace mugir la tempestad, escuchadlo, el buen Dios está oculto en las nubes. Desde ellas nos mira y ve todo lo que hacen los blancos. El Dios de los blancos ordena el crimen, el nuestro bondades. Pero ese Dios que es tan bondadoso (el nuestro) nos ordena la venganza. El va a conducir nuestros brazos y a asistirnos. ¡Romped la imagen del Dios de los blancos que está sediento de nuestras lágrimas; escuchad en nosotros mismo el llamado de la libertad! 

           Ahora bien, ¿este llamado a la libertad no podría ser considerado como la voluntad política de esa masa sedienta de libertad? ¿Es justo privar de libertad a un conglomerado de gentes por ser de color diferente al mío, o por ser miembros de un grupo étnico que no sea el mío? Si no puede considerarse voluntad política, lo cierto es que este grito es él de una clase humillada y explotada que quiere manifestar su deseo de vivir dignamente como seres humanos y no como cosas o animales al servicio del hombre blanco. En la concepción del negro existían dos salidas al sistema infernal implantado por los blancos y la clase dominante en “Saint Domingue” con la complicidad de la Iglesia: entregarse plenamente (cuerpo y alma) en una lucha para alcanzar la libertad o morir todos por una causa justa. 

          De ahí se pueda afirmarse, con Jean Price-Mars, que la vocación del pueblo haitiano era luchar para la liberación del hombre, ya que “la esclavitud es una odiosa negación de los derechos del hombre.” Con la proclamación de su independencia el primero de enero de 1804, la nueva nación emergente, por medio de los ex-esclavos negros, quiere elevar su voz y gritarle al mundo que “ningún ser humano puede ser propiedad de otro ser humano. Además, brindaba a todo hombre la libre posibilidad de desarrollar libremente su personalidad. Afirmaba la igualdad de todos ante los inalienables privilegios inherentes a la esencia misma de la naturaleza humana.” 

        Por otra parte, Peña Batlle trata la sociedad haitiana como una “sociedad sin historia propiamente dicha, sin antecedentes tradicionales, sin punto de partida y sin raíces espirituales. La historia de Haití como nación se inicia con la rebelión de los esclavos y no tiene ningún punto de apoyo en el pasado.” Con su afán de desvalorizar la cultura propia de la sociedad haitiana y poner en segunda categoría la lucha que se inicia a partir de 1791, Peña Batlle se contradice. Él mismo lo afirma: “…la sociedad haitiana nace con la rebelión de los esclavos”. Lo que implica a decir que dicha sociedad tiene un punto de partida aunque es parte de lo que Peña Batlle critica severamente. 

         Como respuesta a Peña Batlle acerca del origen del Estado Haitiano, podemos considerar lo escrito por el doctor Price-Mars: “…sabemos qué elementos han engendrado la comunidad haitiana. Sabemos cómo el rebaño de esclavos importados de África a Santo Domingo sobre la inmensa extensión de la costa occidental, presentaba en su conjunto un microcosmos de todas las razas negras del oriente. Sabemos cómo, de la promiscuidad del blanco y de su concubina negra, cómo de las condiciones facticias de una sociedad regida por la ley de las castas, nació un grupo intermediario entre los amos y la masa cautiva. Sabemos, además cómo del choque de los intereses y de las pasiones, de la confrontación de egoísmos y de los principales suscitados por la mística revolucionaria, estalló la rebelión que llevó a los ex esclavos a fundar una nación.” 

       La sociedad haitiana nació en este contexto, aunque fuese muy complejo. Para que hoy pudiéramos disfrutar de la plena libertad, salir del yugo de la esclavitud, era justo y necesario el levantamiento de los negros, utilizando todos los recursos para poner freno a las crueldades y atrocidades perpetradas por los colonos franceses, por los blancos, contra ellos. 

       Dentro de este marco histórico el surgimiento de un Mackandal era como un imperativo categórico, con la misión de congregar a todos los negros explotados y alienados, creando de este modo una confraternización, una sociedad cohesionada, que bebiera en la misma fuente: la de la libertad.

3.2.2. Análisis del discurso pronunciado en Elías Piña titulado “Razón de una política”

        Como hemos señalado, al igual que Manuel de Jesús Troncoso de la Concha, y Máximo Coiscou, Peña Batlle echa las bases fundamentales para promover el nacionalismo dominicano en referencia a Haití. De él afirma Price-Mars: “Ministro o embajador, jurista e historiador, es casi siempre el más fiel intérprete del pensamiento dominicano. Hasta debemos añadir que el hombre político se confunde en él con el pensador. La abundancia y la calidad de sus obras son, al respecto, el más seguro testimonio.” 

          Cuando desempeñaba el cargo de Ministro del Interior, Peña Batlle pronunció un discurso en Elías Piña en el cual destaca vivamente su doctrina empapada de un feroz sentimiento racista contra la masa negra que se dirige hacia la República Dominicana en búsqueda de una mejor condición de vida. Dicho discurso fue publicado el 18 de noviembre de 1942 en “La Nación”, y analizado y criticado por distintos intelectuales interesados en la cuestión dominico-haitiana. 

          Al inicio del discurso, nos dice Price-Mars, “Peña Batlle esbozó con grandes trazos el cuadro de las dificultades que surgieron entre España y Francia, que eran los antiguos propietarios de la Isla por derecho de conquista hasta el tratado de Aranjuez de 1777 y que subsistieron entre Haití y la República Dominicana hasta 1936 firmado por los dos presidentes de aquella época de ambos lados de la Isla: Stenio Vincent y Rafael Leonidas Trujillo.” 

          A los ojos de Peña Batlle el problema no estaba en la simple división territorial, pendiente desde ya hacía siglos, por lo que él trataba de prevenir a sus conciudadanos que “este aspecto del problema no es sino una grosera apariencia.” Nos ilumina Jean Price-Mars que “…la frontera, a su juicio-al juicio de Peña Batlle-está muy lejos de ser una línea geométrica, materialmente delimitada en el suelo. Se halla enteramente contenida en una política «sui generis» que debe en lo que concierne a la República Dominicana y a Haití, defender «el origen de la nacionalidad dominicana contra la contaminación irremediable de elementos extraños a su naturaleza y su constitución.»” 

          El mismo Peña Batlle exclama en los siguientes términos: “No olvidemos, que esta nación española, cristiana y católica formada por nosotros los dominicanos, surgió, pura y homogénea, en la unidad geográfica de la Isla y que así se conservó hasta nuestros días, sin verse contaminada por el injerto, fijado desde el siglo XVII al tronco primitivo y que la contamina con su propia savia y la de agentes fatalmente y profundamente distintos de los que en un principio crecieron en Española. Desde entonces - continúa Peña - el tronco principal resistió a la penetración y nuestro programa de hoy no puede considerarse sino como un esfuerzo renovado en la antigua lucha de la cual nadie puede prever el fin. Nosotros, los dominicanos, atestiguamos en esa lucha el sentido absoluto de una civilización y, desde el punto de vista, escribimos un capítulo muy importante de la historia humana. El problema no es, por tanto, únicamente dominicano; con nosotros queda comprometida la solidez de los vínculos de solidaridad interamericana que descansa sobre la identidad de origen de los pueblos del continente y el sentido homogéneo de su civilización común.” 

           Más adelante del discurso, el tono racista llega a su culmen con los siguientes términos: “El haitiano que nos molesta y nos pone sobre aviso es el que forma la última expresión social de allende la frontera. Ese tipo es francamente indeseable. De raza netamente africana, no puede representar para nosotros, incentivo étnico ninguno. Desposeído en su país de medios permanentes de subsistencia, es allí mismo una carga, no cuenta con poder adquisitivo y por tanto no puede constituir un factor apreciable en nuestra economía. Hombre mal alimentado y peor vestido, es débil, aunque muy prolífico por lo bajo de su nivel de vida. Por esa misma razón el haitiano que se nos adentra vive inficionado de vicios numerosos y capitales y necesariamente tarado por enfermedades y deficiencias fisiológicas endémicas en los bajos fondos de aquella sociedad.” 

            De este fragmento del discurso de Peña Batlle hay distintos elementos a tomar en cuenta. En primer lugar está la composición de la sociedad dominicana: una “nación española, cristiana y católica formada por nosotros los dominicanos, surgió, pura y homogénea.” Más adelante volveremos sobre este aspecto de la tradición hispánica de la nación dominicana. 

         Por ahora concentrémonos en el aspecto de la homogeneidad de la sociedad dominicana y preguntémonos: ¿Sobre qué base fundamenta Peña Batlle sus afirmaciones para justificar el origen homogéneo de la sociedad dominicana? ¿Existe una raza pura? Y si consideramos los acontecimientos históricos después del descubrimiento, ¿podemos hablar de una sociedad dominicana pura proveniente directamente de España? ¿Después de su llegada con quién se mezclaron los españoles dadas las circunstancias de la poca presencia de mujeres españolas en la Isla? 

        Después del segundo viaje de Cristóbal Colón en 1493 y los años siguientes, hubo una progresiva emigración de españoles hacia el Nuevo Mundo hambrientos de oro y con la esperanza de hacerse ricos. ¿Dichos españoles al trasladarse al Nuevo Mundo trajeron consigo sus familias? La respuesta a esa pregunta es sencilla, basta echar una ojeada a los datos que nos proporciona Charlevoix, citado por Price-Mars. Más claro no puede ser el autor: “No había desembarcado aún en la Isla Española sino muy pocas mujeres y una buena parte de los nuevos colonos se habían unido con indígenas, de las cuales las más cotizadas correspondían a los nobles. Pero ninguna era mujer legítima y, entre esos concubinatos, varios tenían sus propias esposas en Castilla. Para poner fin a semejante desorden, Ovando echó de la Isla a todos aquellos que estaban casados y no querían que sus esposas se juntaran con ellos, y obligó a los demás, so pena del mismo castigo, a casarse con concubinas o a librarse de ellas. Casi todos -nos sigue diciendo Charlevoix- tomaron el primer partido, y podemos afirmar que de los españoles que componen dicha colonia más de tres cuartos descienden por las mujeres de los primeros habitantes de la Isla.” 

            Partiendo de esos datos proporcionados por Charlevoix y retomados por Price Mars, podemos afirmar que de ninguna manera se puede hablar de una sociedad dominicana puramente española y mucho menos homogénea. Además, los españoles no se mezclaron únicamente con los indígenas, sino también con los esclavos negros que trajeron de África, entre el siglo XVI y XVII, ya que por el tipo de trabajo forzado e inhumano al que eran sometidos por los encomenderos, la población indígena se fue extinguiendo, y para poder dar seguimiento a la empresa los españoles tuvieron que proceder a la compra de esclavos negros importados directamente de África. 

          Es de suma importancia señalar dos factores que permiten la mezcla entre los blancos y las negras en el Santo Domingo español de entonces. En primer lugar, y a diferencia del Santo Domingo francés, los blancos del Santo Domingo español vivían en casi la misma condición paupérrima que los esclavos. En segundo lugar, el prejuicio social no tuvo gran desarrollo en esa parte de la Isla. 

           Esta mezcla entre los distintos grupos que habitaban la parte española de la Isla, la mezcla entre blancos e indígenas, blancos y negras, mestizos y negros y así sucesivamente, a nuestro juicio tiene una importancia de primer rango, dado que crea una sociedad heterogénea y por ende rica cultural y socialmente. 

        En conclusión, de lo dicho anteriormente se desprende que la afirmación de una sociedad dominicana puramente española es una falacia de Peña Batlle, que al fin y al cabo perjudica a la misma sociedad dominicana, ya que lo único que pretende es que el dominicano pobre, ingenuo y privado de una educación elevada se crea algo que no es y niegue y desprecie lo que en realidad es. Hoy en día, el gran problema existencial de muchos dominicanos es, en nuestra opinión, que buscando diferenciarse de los haitianos, se empeñan en negar, a veces sutilmente, su condición de negros, negando también con ello sus propias raíces culturales. Dentro de ese análisis se entiende perfectamente el porqué Price-Mars trata a la sociedad dominicana como “bovarista”. Además, ninguna nación que ocupe la Isla Hipaniola puede auto-definirse como un grupo homogéneo de español, ni tampoco una agrupación francesa. 

           El segundo aspecto a tomar en cuenta en el discurso de Peña Batlle es la supuesta amenaza que representa el pueblo de Haití para la sociedad dominicana. Antes de cualquier análisis de este aspecto resulta de capital importancia plantearnos las siguientes interrogaciones tomadas de Price-Mars: “¿Cómo comprender en semejantes condiciones que ciertas variedades humanas puedan creerse de una esencia superior a la de otras variedades humanas, a tal punto que las primeras no quieran ponerse en contacto con las últimas por temor a una eventual contaminación? ¿Cómo comprender, en lo que concierne particularmente a tal relación haitiano-dominicana, que el odio pueda cegar a tal punto a los hombres, informados, no obstante, por los ejemplos mas elementales de la Historia y de la biología, que el negro haitiano pueda contaminar al blanco dominicano?” 

        Como intelectual, Peña Batlle comete el gravísimo error de considerar como despreciable e indeseable un grupo humano bien determinado. A su juicio, el haitiano es una grave amenaza a la “integridad” biológica del dominicano y un elemento, como él mismo dice, “francamente indeseable”, “de raza netamente africana y que no representa ningún estímulo étnico para el pueblo dominicano.” ¿No representa ningún estímulo étnico para el pueblo dominicano, pero sí sirve como un elemento clave para el impulso de la economía nacional, transformándolo en una simple máquina en los ingenios azucareros y en los trabajos de construcción? ¿Qué sería de la República Dominicana sin la mano de obra haitiana tan barata en todas las actividades económicas de la vida nacional? 

         Más adelante en el discurso, para sostener su tesis en cuanto al aspecto más bien cultural, Peña Batlle evoca el testimonio de varios autores haitianos que disertan sobre el tema del vodú, y particularmente el del eminente intelectual Jean Price-Mars, para establecer que las masas haitianas no son cristianas. Sobre todo en referencia a la religión, hace que los intelectuales haitianos digan lo que en realidad no tenían en mente. Tal es el caso de Price-Mars que en “Así habló el Tío” afirmaba en otro contexto que el vodú es una indiscutible supervivencia del fetichismo y del animismo, pero Peña Batlle lo descontextualiza y lo aplica según sus intereses. 

         Observemos ese análisis descontextualizado de Peña Batlle sobre el estudio realizado por Price-Mars acerca de vodú: “El doctor Price-Mars, príncipe de los hombres de ciencia haitianos, enseña que el vaudou es una innegable supervivencia del fetichismo y del animismo africano, y que en Haití lo practica la inmensa mayoría de la población rural. Según afirma Price-Mars, "el lúa o el misterio preocupa al pueblo haitiano de una manera inexplicable". Para este notabilísimo escritor, la crisis vaudoística tiene todos los caracteres de una crisis histérica exenta de toda simulación, que debe considerarse como un estado místico caracterizado por el delirio de la posesión teomaníaca y el desdoblamiento de la personalidad. El doctor Price-Mars define la mentalidad constitucional de los servidores del vaudou, como de naturaleza esencialmente hereditaria que se transmite de familia en familia. Su libro "Ainsi parla l’oncle" es una verdadera cantera de enseñanzas sobre la práctica religiosa sui géneris del pueblo haitiano.” 

        Price-Mars consciente de esa confusión y/o mal interpretación de los datos de sus investigaciones plantea lo siguiente para esclarecer sus planteamientos y desmentir los argumentos de Peña Batlle: “El ardor combativo del orador nos ha hecho confundir los estados de creencia, de las cuales hemos tratado, por lo contrario, de demostrar, en todos nuestros estudios el particular, la marcada diferencia. Nos hemos esforzado así mismo por poner en evidencia el hecho de que los mencionados fenómenos religiosos denotan una distinción que descansa sobre observaciones capitales. Semejante confusión no tiene, por otra parte, sino relativa importancia, dado el punto en que se encuentra la discusión en este momento” 

            En este sentido se puede entender a Manuel Núñez cuando afirma que “las opiniones de Peña Batlle sobre Haití las trajo de las investigaciones de los propios haitianos.” Podría ser que sus reflexiones sobre Haití las obtuvo por esa vía. Obviamente, él hace su propia interpretación, o mejor dicho manipula los datos de las investigaciones de los haitianos para fines propios y bien determinados. 

         La salida que nos plantea Peña Batlle al peligro que representa el pueblo haitiano al sano desenvolvimiento del sentido religioso del pueblo dominicano consiste solamente con una organización gubernamental civilizada que, a su vez, requiere la más rigurosa aplicación de las leyes de policía contra las prácticas del vodú: “…la única manera de abolir el ejercicio de cultos tan dañinos al sano desenvolvimiento del sentido religioso de un pueblo es la de una organización gubernamental civilizada que permita la más rigurosa aplicación de las leyes de policía contra las prácticas del rito (…) Hasta hace veinticinco años el pueblo dominicano mantenía inalterada la unidad católica pura de sus sentimientos religiosos. Si nos ponemos a considerar ahora el arraigo creciente que va tomando en nuestros medios bajos de población el ejercido de la monstruosa práctica fetichista del vaudou, caeremos en la cuenta de que si no actuamos con mano dura y ánimo fuerte, llegará el momento en que el mal será irremediable entre nosotros, tal como lo es del otro lado. No hay gobierno en el mundo genuinamente culto y civilizado, que no tome providencias decisivas contra amenaza tan seria, tan vital.” 

            Resumiendo todas estas cuestiones, para repetir a Price-Mars, podemos observar que, toda la doctrina racista que emerge, del discurso pronunciado en Elías Piña y del mismo pensamiento antihaitianista de Peña Batlle podríamos concretarla en cuatros puntos: 
  1. La pureza de origen caucásico de la agrupación española de la República Dominicana. 
  2. Esa comunidad blanca es homogénea. 
  3. Debe ser defendida con medios apropiados contra la contaminación de la raza africana negra de Haití, en nombre de la religión cristiana y de la solidaridad interamericana, ya que los otros pueblos del continente son, como la República Dominicana, de raza blanca y de creencia cristiana. 
  4. Para alcanzar semejante objetivo, conviene elevar fronteras infranqueables contra la infiltración haitiana en la República Dominicana. No una simple línea de separación entre ambos países, determinada por una línea geométrica trazada materialmente en el suelo, sino por un conjunto de medidas legales, de organismos administrativos y de métodos étnicos. Por consiguiente, es preciso establecer una política constructiva de defensa fronteriza como la que fue iniciada por el General Rafael Trujillo y Molina y sobre la cual Peña Batlle habló en los mejores términos. 

     Esa doctrina defendida por Peña Batlle tenía unos objetivos específicos: la defensa y la justificación de la dictadura de Trujillo, haciendo de Haití un verdadero enemigo del que había que desconfiar. Eso lo desarrollaremos en el siguiente apartado.

3.3. El antihaitianismo como justificación de la dictadura de Trujillo

            Para una mayor comprensión del antihaitianismo en Peña Batlle como parte de su concepto de nación, hay que analizarlo y situarlo en su contexto bien determinado, o sea tener en cuenta las exigencias hechas por la dictadura de Trujillo. 

        Después de acceder al poder, Trujillo necesitaba presentarse como el nuevo liberador de la República Dominicana, con el propósito de mantenerse en el poder y justificar su dictadura. Para esto necesitaba identificar a un enemigo que representaría un obstáculo que impediría a la República Dominicana lograr el ideal del progreso y la libertad que constituían los valores a cultivar. 

        Para lograr este plan Trujillo se valió de las reflexiones de los intelectuales más destacados y fundamentalistas de su época, quienes harían del antihaitianismo una ideología legitimadora de su dictadura. 

        Como consecuencia de esa política ideológica impulsada y difundida, en 1937 el Generalísimo Trujillo ordena la matanza de miles de haitianos, dominico-haitianos, dominicanos de color negro, con el propósito de conservar o de preservar la cultura hispánica de la República Dominica (tema fundamental de Peña Batlle) y de “blanquear” la raza de este país (tema de Joaquín Balaguer). 

      No se puede entender la matanza de 1937 sin situarlo dentro de su contexto. Para ello nos servimos de los argumentos de Pedro San Miguel, que reflexiona de esta manera: “este incidente, a saber la matanza de 1937, ocurrió en los años del ascenso del fascismo en Europa y en la vorágine de la Guerra Civil Española. En fin, eran los años cuando, en nombre de la pureza de la nación –definida desde el poder a partir de una serie de características fijas y excluyentes- se cometían los crímenes más atroces. En la República Dominicana, como en otros países de América, se dejó sentir la influencia del fascismo y de las doctrinas que en Europa propugnaban por la depuración de aquellos elementos considerados ajenos a la “esencia” nacional, y que, de alguna manera, se consideraba que debilitaban a la nación.” 

        Queda claro que la matanza de 1937 entra dentro de un contexto de erradicación de todos los elementos que representaban un obstáculo para la esencia nacional. Y esa era la tendencia nacionalista emergente a nivel internacional, después de la primera guerra mundial y años antes de la segunda. 

         Por otra parte, el mismo autor justifica el autoritarismo de Trujillo con los siguientes términos: “Cuando por tercera vez, volvimos los dominicanos a usar la estadidad en 1924, el país acababa de sufrir una dura prueba. Ya no teníamos derecho a ignorar adonde nos llevaban la incapacidad y el desorden. Sin embargo de esto, incurrimos en un error fundamental: antes de cumplirse el primer año de la restauración reiteramos la convención financiera que en 1907 nos vimos obligados a suscribir para quitarnos de encima los barcos de guerra de varias naciones europeas, acreedoras exigentes e impacientes. Este paso impremeditado nos creó una situación dificilísima cuando, cinco años después, en 1930, en medio de una pavorosa crisis económica universal, nos vimos en caso de comenzar a pagar las nuevas deudas de la imprevisión y la insensatez. Piense usted, Ministro, lo que significaba para este país iniciar el pago de una deuda usuraria, en momentos en que nuestro presupuesto, de un año a otro, se redujo, de unos catorce millones de pesos a apenas siete millones. 

       Piense, en que esa violación transición económica se redujo cuando el país se levanta nuevamente en armas y la montonera, otra vez, sembraba el desconcierto y el escepticismo en el espíritu público. Fue entonces cuando advino el General Trujillo al poder. No quiero extenderme en las consecuencias de este hecho, caro amigo, porque es mi deseo que venga usted mismo al país, a comprobar, con su penetrante sentido de observación, de qué manera se han echado en la República Dominicana las bases de una futura y auténtica democracia.” 

       En otra circunstancia, no obstante, con la misma idea de defender y justificar la dictadura de Trujillo, Peña Batlle consideraba que la cultura dominicana estaba condenada a la autoderrota, por lo tanto era justo y necesario el surgimiento del General Trujillo para ordenar todo y poner el país en pie de marcha. En esa misma perspectiva Peña Batlle calificó de pesimista a todos los escritos de los intelectuales dominicanos que precedieron a la era trujillista. 

      Raymundo Manuel González de Peña en su texto titulado Peña Batlle, historiador nacional, publicado en Clío, plantea que: “En su concepto, hasta la llegada de Trujillo al poder, la cultura dominicana estaba condenada a la autoderrota. Por el contrario, Trujillo había conseguido superar el estado de postración material y de orfandad espiritual en que se había acostumbrado a vivir el país en toda su historia, creando para ello un Estado fuerte que garantizara la perduración del colectivo. En consecuencia, Peña Batlle sentenció que todos los pensadores dominicanos habían sido pesimistas” : “«Todos nuestros escritores políticos, todos los dominicanos que por una razón u otra comentaron el devenir de la formación nacional de nuestro pueblo, incluso los poetas como Salomé Ureña, José Joaquín Pérez y Gastón Deligne, rezumaron en sus escritos el amargor invencible de su pesimismo. Ninguno tuvo fe en los destinos de la República y todos miraban con recelo el desenlace del pavoroso drama político en que se debatía la nacionalidad. Sus buenas intenciones no bastaban a serenarles el ánimo patriótico, y vivían consternados ante el continuo desgaste de energías que imposibilitaba la integración de un verdadero régimen administrativo, capaz, por sí mismo, de soportar el normal desenvolvimiento de un Estado bien organizado y bien constituido»”.

3.4. Balance

          He intentado hacer reflexión calmada, objetiva y profunda sobre el antihaitianismo en Peña Batlle concentrándome en dos textos específicos: Orígenes del Estado Haitiano y el discurso pronunciado en Elías Piña titulado Razón de una política. Para lograr nuestro objetivo nos servimos de los textos: Así habló el tío y La República Dominicana y la República de Haití del intelectual haitiano, el doctor Jean Price-Mars, y de otros textos tales como por ejemplo: Peña Batlle, historiador nacional de Raymundo Manuel González de Peña; Etapas del antihaitianismo en la República Dominicana de Lil Despradel, entre otros. Esta visión panorámica, - una reflexión al hilo de las fuentes -, sientan las bases para comprender qué tanto ha permeado el discurso ideológico antihaitianista de nuestro autor el pensamiento y la cultura del pueblo dominicano.

CAPÍTULO IV


LA INFLUENCIA (ANTIHAITIANISTA) DE PEÑA BATLLE EN EL PENSAMENTO Y LA CULTURA DOMINICANA 

            La obra realizada por Peña Batlle y la élite dominicana al servicio de la dictadura de Trujillo, a saber, promoviendo un nacionalismo dominicano construido en detrimento de Haití, no se quedó en el pasado o mejor dicho, no se murió al desaparecer sus distintos promotores. Peña Batlle y sus colegas sabían que una verdadera ideología es aquella que subsiste en la historia, por eso estando bajo el mando del Generalísimo Trujillo, utilizaban todos los medios necesarios para difundir dicha ideología a través de todos los sectores de la vida nacional. No puede negarse que una de las herencias que dejó la Era de Trujillo fue la ideología antihaitianista. Trujillo institucionalizó y enraizó al antihaitianismo en la cultura dominicana. Un analista de este fenómeno apuntó que: “…Durante 31 años que sentaron las bases del Estado dominicano moderno, el tema haitiano tuvo gran importancia en la agenda trujillista, siendo prioritario en momentos de crisis, como la masacre de 1937. Un par de generaciones dominicanas crecieron bajo el influjo y bombardeo sistemático de esa ideología…” 

        Todo eso nos lleva a concluir diciendo que dicha ideología estaba muy bien pensada, organizada, promovida y difundida para que se permaneciera viva en los repliegues de la conciencia de la gente y se perpetuara en la cultura del pueblo dominicano. Nada ni nadie debería sustraerse a ella. Todos deberían ser educados bajo esa ideología, aunque en cierta medida fuera para dar culto al dictador. Esa ideología resultó ser como una escuela filosófica al igual que la ilustración, el racionalismo, el romanticismo, etc., pero con la sola diferencia de que dicha escuela era puramente dominicana. Hoy en día, no podemos negar la influencia de esa ideología en sectores tales como: el sistema educativo dominicano, en todas las instituciones estatales y el mismo pensamiento dominicano. En los apartados siguientes trataremos de demostrar en qué medida la ideología de Peña Batlle ejerce aún su influencia en los sectores mencionados.

4.1. El sistema educativo

          Un proverbio popular afirma que los alumnos de hoy serán el futuro del país en un porvenir; Trujillo y la élite dominicana sabía eso, por lo tanto se empeñaron en difundir su ideología en primer lugar en las escuelas, despertando de este modo un sentimiento de desprecio y de miedo en los niños hacia los haitianos. Un individuo que posiblemente vivió en la época de Trujillo afirma: “Todos los días, en todas las escuelas del país, durante los 25 años que siguieron a la matanza de los haitianos, a los niños dominicanos se les enseñaba cuáles eran las diferencias con los haitianos, y por qué ellos debían desconfiar de los haitianos.” 

         El antihaitianismo, como parte de la ideología nacionalista, promovido e impulsado por Peña Batlle sigue estando vigente en el día de hoy en el sistema educativo dominicano. Todos los libros históricos para la educación primaria y segundaria están repletos de esas mentiras formuladas para despertar el prejuicio en los niños hacia los haitianos. Lamentablemente los intelectuales emergentes después de la muerte del tirano, que han sido formados en el sistema, reproducen el mismo sistema.

4.2. El pensamiento dominicano y otros niveles

         No es únicamente en el sistema educativo dominicano que Peña Batlle dejó sus huellas, sino también en todas las instituciones públicas y privadas, incluso en ciertos susodichos pensadores dominicanos. Es verdad que no todos han sido manipulados ni influenciados por este nacionalismo ciego, dejado como herencia por Peña Batlle. Pero es un hecho real que en todos los medios de comunicación nacionales las opiniones sobre el tema haitiano reflejan esa ideología que se ha venido construyendo desde la época de Peña Batlle. 

        La influencia dejada por él en el pensamiento dominicano empieza desde temprano, digamos que en su misma época. Manuel Núñez en este sentido apunta: “Peña Batlle representó toda la proyección del ideal de su generación. Sus grandes argumentos historiográficos influyen en Rodríguez Demorizi, en Joaquín Balaguer, en Máximo Coiscou, César Herrera, en Marrero Aristy y en el desarrollo inmediato postrero de la historiografía.” 

       En la actualidad no son pocos los intelectuales que siguen los pasos de Peña Batlle en lo que respecta al tema haitiano. En este sentido Lil Despradel nos ilumina con argumento muy valioso: “El primer grupo tradicional, cuya edad varía entre 62 y 85 años, está constituido por los historiadores más viejos, aquellos que pertenecían a la generación de Peña Batlle. Estos son los ideólogos de las clases dominantes. Con sus obras históricas ellos alimentaron durante años la ideología de las clases superiores: miembros de la Academia de Historia, profesores universitarios, secretarios de Estado. Sus respuestas y los matices de éstas indican la evolución del antihaitianismo dentro del establishment, desde las posiciones extremistas de Peña Batlle, hasta las actitudes mitigadas de nuestros días.” 

         Unos de los representantes de esa herencia legada por Peña Batlle y difundida a través de ciertas universidades es Manuel Núñez, en cuyos textos aflora un marcado y vibrante antihaitianismo. Tanto así que podemos afirmar, sin ningún género de duda, que en dichos textos se pueden percibir la fusión del carácter cultural de Peña Batlle y la tendencia racial de Joaquín Balaguer aplicadas a las realidades de hoy, sirviéndose de los nuevos estudios que se han realizado sobre la degradación paulatina y drástica de la sociedad haitiana.

4.3. Balance

           Hemos pretendido demostrar en qué medida Peña Batlle deja impregnadas sus huellas en el pensamiento y la cultura dominicana. Y aunque hay pocas referencias bibliográficas al respecto, nadie puede negar esa realidad. Actualmente muchos de los prejuicios que se tienen sobre el pueblo haitiano o mejor dicho, la concepción que se tiene sobre el haitiano, son herencias dejadas por la obra de Peña Batlle.

Recapitulaciones generales

          Para concluir nuestra reflexión en torno al sentimiento antihaitianista presente en los textos de Peña Batlle resulta de suma importancia recordar, tal y como se ha planteado a lo largo del trabajo, que sus sentimientos antihaitianistas no son y ni pueden ser vistos en un ámbito cerrado. Lo reiteramos de nuevo: el asunto no es calificar Peña Batlle de antihaitianista sin más, sino entender su concepción antihaitianista no sólo firma parte de su empeño en la construcción del nacionalismo dominicano, sino que además constituía una exigencia de la dictadura de Trujillo. En efecto, el régimen totalitario trujillista necesitaba identificar un enemigo con el propósito de definir la identidad dominicana, y sirviéndose de este enemigo y en referencia a él, legitimar su dictadura y mantenerse en el poder. Para lograr tales propósitos, el aporte de Peña Batlle fue sumamente valioso. Dicho aporte podemos resumirlo en los siguientes tópicos:

  • Poner de relieve la superioridad de la sociedad dominicana por su raíz hispánica frente a la sociedad haitiana que es puramente africana.
  • Definir la sociedad dominicana como descendiente español, y por ende católica; en contraposición a la sociedad haitiana, descendiente de África y practicante del vodú.
  • Menospreciar la cultura haitiana catalogándola como netamente africana. • Definir al haitiano como un mal alimentado y peor vestido.
  • Considerar el Estado Haitiano como un estado sin antecedentes históricos.
  • Ver al haitiano como un elemento lleno de vicios capitales y tarado por enfermedades y deficiencias fisiológicas endémicas.
  • Desvalorizar los esfuerzos realizados por los esclavos de Saint-Domingue para salir del yugo de la esclavitud.
  •  Destacar que el haitiano no representaba ningún incentivo económico, pues como dice Lil Despradel, “…lo que este ganaba iba a gastarlo en Haití o en las bodegas de los ingenios, propiedad de los Estados Unidos, dentro de los cuales se había establecido un circuito económico cerrado.”
  • Tratar la condición de vida haitiana como animal. A propósito Lil Despradel repite las propias palabras de Peña Batlle: “…la masa de la población haitiana yace, no sólo en la más absoluta ignorancia y miseria material y moral, sino en gran parte en plena animalidad.”
  • Plantear que la población haitiana representa una eventual contaminación para la sociedad dominicana. 


            Basándonos en esos aportes hechos a la dictadura trujillista y en todo lo planteado a lo largo de esta reflexión, no cabe duda de que Peña Batlle era antihaitianista. Dicha concepción se refleja a través de sus escritos y sigue estando vigente en la actual sociedad dominicana.

Cambio paulatina en la conciencia racial dominicana

        Hoy en día la herencia dejada en la sociedad dominicana por la Era de Trujillo es incuestionable, resultado del trabajo realizado por la élite dominicana al servicio del régimen, en especial por Peña Batlle. Pero, desde hace unos veinte años que ha comenzado a registrarse hay un importante cambio en la conciencia racial dominicana. Lil Despradel comenta este hecho con los siguientes términos: “…la toma de conciencia cultural, algo retardada, de la identidad afroamericana, resentida por la vanguardia intelectual dominicana y el enfrentamiento directo con el imperialismo (1965), exacerbaron el nacionalismo de los dominicanos, pero esa vez, no se definió frente al haitiano ni buscó su “esencia nacional” en su pasado hispánico ni indiosincracia. La colaboración de combatientes haitianos junto a los dominicanos en la guerra de 1965, y la toma de conciencia de un pasado cultural común, de un presente y un futuro que se definen en relación con un adversario común, el imperialismo, acercó a dominicanos y haitianos.” 

        Es verdad lo planteado por Lil Despradel, pero también podríamos ir más lejos y decir que la diáspora dominicana contribuye en cierta medida a este cambio de conciencia racial que se ha venido desarrollando en los dominicanos que antes creían que los haitianos venían a “ennegrecer” a su pueblo, resulta que ahora son ellos mismos los que están empezando a “ennegrecerse”. ¿En qué sentido afirmo esto? Es archisabido que el dominicano en su país, alimentado por las tesis de Peña Batlle, se cree blanco, español, y juzga al haitiano como un brujo, sucio, bruto. Sin embargo, cuando llega a los Estados Unidos, a España o a cualquier otro país descubre que él no es blanco y, por lo tanto, aprende a convivir con los negros norteamericanos, con los negros de las Indias Occidentales e incluso, con los haitianos. Esa convivencia con los haitianos en el exterior permite a los dominicanos descubrir las cualidades positivas de los haitianos y, por ende, tener otra concepción de los miembros de su hermano país, que tanto bien reportan a la sociedad dominicana. Y al regresar a su país transmite esa nueva concepción. 

       En este sentido podemos decir que la diáspora dominicana “ennegrece” al dominicano. Es un proceso lento y paulatino, pero su contribución en la toma de conciencia racial dominicana resulta muy significativa.

FUENTES BIBLIOGRÁFICAS


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C. Periódicos/Documentales/Artículos/Internet

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  2. Listin Diario, Sección opinión, Lunes 13 de febrero del 2006.
  3. El poder del Jefe I, II, III, René Fortunato 
  4. Despradel, Lil; Las etapas del antihaitianismo en la República Dominicana, en: Gerard Pierre-Charles, Política y sociología en Haití y en la República Dominicana, México, Instituto de Investigaciones Sociales - UNAM, 1974. 
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  7. María Tejada, R. Apuntes para una bibliografía del pesimismo dominicano. Disponible en: http://www.cielonaranja.com/ritatejada1.htm